Doy gracias a Dios y me levanto con la promesa de que este día será diferente, será nuevo y será el primer día del resto de mis días. Es un mantra que nunca falla, aunque falle.
Sonrío con ironía y mi cuerpo no tolera tanto desenfado y vuelve a la cotidianidad.
Entre espacio y espacio me prometo un cambio, una nueva vida, una historia bonita que contar y en paralelo, vivo esta letanía de pensar cuando llegará lo prometido.
Mientras el día está esplendido y manifiesta su calidez, albergando mi cuerpo en sus rayos, demostrando su grandeza al iluminarme el destino.
Y en este andar que llevo, considero desviarme de la rutina y mis pasos marcados en el camino
ya no serán iguales.
En mis pensamientos me reinvento un nuevo nombre, un nuevo rostro, una felicidad plena y una vida sin disturbios. Me libero y dejo caer la piel que vestía mi cuerpo, llena de cicatrices, de dolor, de frustraciones, de desengaño, de absolutamente nada. Me embarco en esta aventura y comienzo a volar.
Volar, volar, volar...
Cuanto deseo tener alas y esparcirme sobre este cielo inmenso, lleno de luz y misterio.
Hoy me permito ser tocada por ángeles y que me envuelvan en sus alas, sentir su energía
y alimentarme de su luz. Respirar de su pureza e impregnarme de su virtud.
Hoy retomo lo virginal, lo inmaculado y anhelo su aceptación, lo deseo tanto como su alas, tan puras, tan blancas, tan perfectas.
Hoy decido elevarme en búsqueda del resplandor, de la calma, de lo sublime.
La Autora.
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